1917 – El Destino lo es todo
1917: En este año mi madre cumplía los 6 años y con ello iniciaba su
escolaridad. Cerca de Leutmansdorf donde se había establecido Selma con su
nuevo marido y toda la familia , por cierto más que numerosa, se hallaba el
“Kessel Stifft” una escuela internado donada y mantenida por la Condesa Kessel para niños pobres.
Margarita y su inseparable hermana Frieda fueron inscriptas en ella, al
principio el austero edificio de piedra gris de tres pisos intimidaba. Pero
luego según los recuerdos de mi madre, se sintió muy feliz en él.
Si bien había que levantarse puntualmente a las 7 de la mañana, para
lavarse, desayunar una taza de leche caliente con un pedazo de pan recién
horneado, con una delgadísima capa de manteca pero que sabía a gloria.
Luego venían las horas de clase, con maestros severos pero la severidad
era algo que desde niño se aprendía rápidamente en Prusia y por ende en Silesia
que era digamos la cuna de Prusia.
Todo era a horario: Almuerzo, todos sentados a la mesa y en silencio, luego un
rato de ocio, a la tarde cada niño debía hacer su camas y a los más grandes se
encargaban de la limpieza de los dormitorios,
por último la cena en silencio, para acostarse temprano.
Los domingos se asistía al oficio religioso, la mayoría de los niños
eran de la congregación luterana y los pocos católicos tenían permiso para
dirigirse a la iglesia de su credo.
Ver la familia se diluía en el tiempo, puesto que muy pocos padres podían
viajar para visitar a sus hijos.
Los sábados había que bañarse, luego del cual se les entregaba ropa que
“olía a limpio” como recordaba mi madre.
Vestían un uniforme y la condesa en persona revisaba cada uno de los
detalles y el buen funcionamiento del establecimiento, aparecía de improviso y
lucía majestuosa sobre su brioso caballo blanco, montando con ambas piernas
sobre el lado izquierdo, que era el estilo "amazona" de montar de las mujeres de la
sociedad puesto que los médicos de la época recomendaban este estilo para evitar los “desgarros genitales”, viendo
a esas auténticas amazonas nos es incomprensible como podían cabalgar sin
caerse de la montura, pero no únicamente cabalgaban, también galopaban e incluso
participaban en la cacería del zorro con increíble pericia.
Desmontaba de un salto con su vestido estilo princesa y fusta en mano
se acercaba con paso gallardo ante los alumnos y personal de la escuela
perfectamente formados, revisaba las orejas de los alumnos, veía que los
uniformes estuvieran limpios y sin manchas, luego indagaba a los maestros sobre
los logros obtenidos, felicitaba o regañaba a los niños según era necesario, y
por último se dirigía al personal de cocina indagando si los niños comían todo
lo que se les servía, (esto significa que los platos debían quedar sin restos
de comida y a falta de pan buena es la lengua para que nada quede en el plato.)
Nuevamente felicitaba o regañaba dado el caso.
Cuando se retiraba y los niños debían quedar petrificados hasta recibir
la orden de romper la filas y volver a
los quehaceres.
Eran tiempos muy felices, fundamentalmente porque no pasaban hambre,
estaban abrigados y la disciplina era mucha pero no agobiaba.
Además estaban las dos hermanas juntas, y eso ayudaba mucho para vencer
la soledad y la lejanía de su madre.
Para las vacaciones que no eran muy prolongadas podrían volver a casa.
Pero como dije en el título de este capítulo, “el destino lo es todo” (viejo
proverbio nórdico).
Un tiempo más adelante (realmente no puedo decir cuánto tiempo pudieron
asistir al establecimiento) se produjo el siguiente acontecimiento:
Una de las alumnas que asistía a los grados superiores cometió un acto
de rebeldía, y fue castigada con severidad con una vara por su maestro. Y luego
fue expulsada.
La madre de esa niña furiosa por la golpiza impartida, quiso interponer
una nota ante la condesa pero como sus conocimientos de escritura y redacción eran
rudimentarios, le solicito a mi abuela para que la redactara y escribiese.
A los directivos de la escuela les llevo muy poco tiempo averiguar
quien había hecho la nota, recuerden que he mencionado que Selma era una de las
muy pocas personas que escribía y redactaba bien en la región.
Por lo tanto llamaron a la madre de la niña y le dijeron. Sabemos que
esto no lo ha escrito Ud., ahora díganos quien lo ha escrito. Y por supuesto
salto el nombre de mi abuela, que fue citada de inmediato.
Una vez que
ella compadeció, le dijeron: “Sabemos que Ud. no ha firmado la nota, pero el
solo hecho de redactar este escrito hace que nosotros sospechemos que Ud. también
esta desconforme con esta escuela. Por lo tanto, la invitamos a que retire de
inmediato a sus dos hijas y las lleve a su casa, por cuanto que los recursos
que disponemos son escasos y obviamente solo los compartimos con personas que los
valoran”.
Y de esta manera abrupta terminó el tiempo de bonanza, puesto que si bien
estaban con la madre, el hambre y el frío volvían a ser una realidad.
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Eduardo Muzykant