El viaje en Tren
Continúo con el relato dejado en el capítulo XXXIX.
Ya hacía varios días que el Cap Arcona había echado amarras
en el puerto de Buenos Aires, una ciudad que vista desde el puerto la había
impactado, se veía todo muy europeo.
También habían pasado días, desde que el tío Leo la
estrechara en sus brazos, y le diera las indicaciones para seguir viaje.
Si bien no pude encontrar elementos que me dieran la pauta
de cuál fue su ruta, si sé que el viaje duró aproximadamente diez días.
Vamos entonces a reconstruirlo de la mejor manera posible.
Por razones obvias, tuvo que adquirir boleto de tercera
clase, cuyos asientos eran para tres personas de madera, que se encontraban
enfrentados de a dos, luego los respaldares se unían de a dos. Entre cada grupo
de asientos había espacio para colocar una mesa, también de madera, para que la
gente pudiera acomodar sus comidas, pero estaba estrictamente prohibido jugar a
las cartas sobre ellas.
En la unión de los respaldos quedaba espacio para guardar
alguna valija demasiado grande para caber en el portaequipajes que recorría de
extremo a extremo el vagón.
Debido a lo largo de los viajes, muchos de los pasajeros
optaban por acostarse en el espacio dejado entre los respaldares.
El pasajero sentado al lado de la ventanilla era un
privilegiado, pues podía descansar un poco reclinado en la pared, en cambio los
otros dos, en especial el que le tocaba el medio, debía mantener una posición
erguida para no apoyarse en su compañero de banco, situación sumamente incómoda
para una mujer que viajaba sola, pues podía interpretarse como un intento de acercamiento.
El viaje comenzó atravesando la “Pampa Húmeda”, enormes
extensiones de una llanura de grandes pastizales, aprovechados para la cría de
ganado vacuno.
Si bien mi madre había tenido que cuidar vacas en el establo
cuando era niña todavía (véase capítulo IX) nunca había visto más de dos o tres
de ellas juntas. Acá era cientos de animales que pastaban al aire libre, sus
ojos se sorprendían y sintió alegría al ver la libertad de los vacunos, pero
cuando hubo tormenta se compadeció que los mismos no tuviesen algún lugar donde
guarecerse.
Pasó por la zona triguera, y también por la del girasol, y
nuevamente se sintió impactada por la inmensidad de lo que veía. Era como el mar
que acababa de cruzar, igual de monótono, igual de extenso.
En su patria todo era pequeño, acá todo lo contrario.
Pronto aprendió que el sol saldría del lado derecho del
convoy y se pondría en el izquierdo, dado que iban hacia el norte.
A medida que los días avanzaban el aire que penetraba por
las ventanillas eternamente abiertas, se iba poniendo cada vez más cálido, cada
vez más húmedo. Pronto una delgada capa de polvo se adhirió en la piel
continuamente húmeda por la traspiración y la fue resecando, con el tiempo
sintió que sus labios estaban partidos por la resequedad y se producían
dolorosas llagas.
Cuando el tren se detenía en alguna estación, un sinnúmero
de vendedores ambulantes invadía los andenes y los vagones mismos, mujeres
descalzas con grandes canastos sobre sus cabezas, ofrecían alguna comida
manufacturada por ellas mismas, al principio fueron empanadas, las exquisitas
frituras de carne, cebolla, huevo duro, y en ocasiones pasas de uva envueltas
en masa de harina de trigo. Más al norte era común la venta de "Chipá", unos
pequeños bollos de harína de mandioca. Finalmente las vendedoras ofrecían la
“sopa paraguaya” que es todo lo contrario a una sopa, es a base de harina de
maíz, zapallo, y condimentos, y que se sirve en porciones de unos 3 cm de espesor,
y se consume caliente o frio, y es verdaderamente deliciosa.
También cruzaron interminables campos cultivados con
cítricos, que llamaron mucho su atención, porque jamás los había visto algo tan
bonito, y el perfume agridulce de los azahares invadía todo. Ahora las
vendedoras ofrecían estas exquisiteces, que no vendían por unidad sino solo por
docena y a un costo mínimo. Otra cosa que le llamó mucho la atención es que la
gente rompía con los dedos la cascara o le diera un mordisco en la parte superior
y escupiera por la ventana la porción quitada, para posteriormente succionar el
jugo apretando el fruto. Eran dos o tres tragos y luego arrojaban también lo
que sobraba. Le pareció un desperdicio total, quedando la deliciosa pulpa
todavía.
También hacia días ya que no tuvo ocasión de higienizarse ni
siquiera de refrescar su piel y remover la traspiración que se adhería a su
cuerpo. Los olores eran agresivos y variados, la constante era el de traspiración de la gente multiplicado hasta el infinito producto del
hacinamiento, oleadas de olor nauseabundo, cuando alguien abría la puerta del
baño, que hacía días no se había limpiado debidamente.
Cuando se aproximaban a una estación era común que hubiera
corrales con vacunos esperando para ser trasladados a algún “matadero” o lugar
de faena. Entonces lo que se respiraba era olor a excremento de esos animales.
Otras veces, y para gran alivio de los pasajeros, penetraba
el olor fresco de alfalfa recién cortada.
De tanto estar sentada, sus pies comenzaron a hincharse,
pero sabía perfectamente que si se quitaba el calzado no podría volver a
calzarse, y paso poco tiempo para que se le produjeran ampollas dolorosas que
no tardaron en sangrar.
Pero prefería eso a tener que ir al baño y pisar con los
pies descalzos excrementos y orina que cubrían el piso.
Otro tema era que los baños carecían de papel higiénico y si
bien había un lavatorio tampoco había jabón.
Las estaciones, fueron construidas por los ingleses con un
criterio netamente administrativo, es decir dentro de las mismas no había
locales de venta de productos, consistían solo en la ventanilla “Boletería” o
sea el expendio de pasajes y una sala de espera.
Lo que si había delante de la estación un puesto de venta de
periódicos, de manera que mi madre compró uno, y luego lo cortó en pedazos y
frotándolo entre las manos logro que el papel perdiera su rigidez y lo uso para
limpiarse cada vez que iba al baño.
Pero poco a poco su cuerpo se fue resintiendo, los dolores
musculares se hacían insoportables, hacia tanto que no se podía estirar, a esto
se sumaba que el calor aumentaba continuamente, por momentos tuvo la sensación de
tener la cara envuelta en una toalla empapada en agua caliente, el oxígeno no
llegaba a los pulmones produciendo continua sensación de asfixia.
Desde que se inició el viaje no había podido dormir más que
unas pocas horas de sueño sobresaltado. Sabía que no podía recostarse en su
vecino, por lo que sus músculos estaban en continua tensión, y su subconsciente
alertaba cada vez que ellos se aflojaban.
De noche o de día, en las estaciones se producía el recambio
de pasajeros, gente que hablaba en alta voz, buscando algún familiar perdido, o
alguna maleta que no estaba donde recordaban haberla dejado. Empujones,
maldiciones, y en esos momentos mi madre temía que en cualquier momento alguno
de los hombres pudiera sacar de su cintura uno de esos enormes cuchillos que
portaban para iniciar una verdadera carnicería. Claro que no podía discriminar
si se trataba de discusión o solo una conversación en voz demasiado alta.
Antigua Estación de Campo
En las noches cuando necesitaba ir hasta el baño, debía
sortear los cuerpos de la gente que dormía en el piso.
También se sorprendió mucho cuando entre los compañeros de
banco se compartía el “Mate”, le parecía repulsivo que todos compartían la
misma “bombilla” aunque fueran perfectos desconocidos, el solo hecho de sorber
la bebida de la bombilla con saliva ajena le daba nauseas, pero al parecer a
los demás esto no le importaba, es más, era una perfecta oportunidad de
compartir una larga charla y muchas veces el inicio de una amistad.
Mate Uruguayo o Misionero de boca ancha con virola, confeccionado con el fruto del Porongo o Poro y forrado en cuero de vaca
Mate humilde de boca angosta, sin virola, se nota el fruto ahuecado y seco
Con el correr de los días, unos pensamientos se hicieron recurrentes: necesitaba un buen baño, necesitaba una tina llena de agua, refrescar su cuerpo, donde relajar sus adoloridos músculos y aliviar las llagas. Otro pensamiento que se repetía: necesitaba una cama, donde estirar su cuerpo, y dormir aunque sea 8 horas seguidas.
El último trayecto fue atravesando la selva subtropical,
llamada “El Impenetrable” con su imponencia y su belleza, pero llena de
peligros y en las noches cuando el convoy se detenía una nube de insectos,
tornaba insoportable la vida imposible.
Y el último pensamiento: necesitaba imperiosamente un abrazo
cariñoso, de la persona por la que había pasado tantas vicisitudes. Necesitaba
apoyarse en un ser querido y olvidar por unos instantes, aunque mas no fuera,
las miserias del mundo.
Así llego a Asunción del Paraguay, con paso tembloroso
arrastro su valija por el andén en búsqueda del cajón que iba en el
compartimiento de cargas, mientras sus ojos anhelantes buscaban a su ser amado.
Estación Central de Ferrocarril Asuncion - Gentileza Cultura Paraguay
Por fin, ese ansiado momento se hizo realidad, ambos
fusionados en un interminable abrazo, no hacían falta las palabras, fue un
instante de felicidad plena.
Amigos míos, considero oportuno terminar la primer parte de
este libro y realizar un segundo, con las vivencias en continente americano.
Es un FIN, pero con la promesa que
la historia y los protagonistas seguirán viviendo en el segundo tomo.
Un profundo agradecimiento a todos aquellos que me han
estado siguiendo durante casi un año, durante el cual he publicado domingo a
domingo un nuevo capítulo.
No dejen de seguirme de ahora en adelante, y por favor les
pido ayuda para difundir mi obra, de manera que pronto pueda publicar los
libros sobre papel.