La Travesía (Parte II)
Los viajes en alta mar suelen ser muy tediosos, cuando no son
cruceros muy bien organizados. De manera que los días se enganchaban uno en el
otro como las cuentas de un rosario.
La rutina consume y achata todo, desayunos, almuerzos, cenas,
luego interminables charlas entre las incipientes amigas. Caminatas hasta el
comedor y de vuelta, y cuando no hacía frío un rato en los pasillos mirando el
interminable panorama del Océano Atlántico, todo monotonía.
Lo que en un principio llena de encanto, pronto resulta aburrido y
tedioso, ya no quedan temas que tratar, ya las historias se van conociendo de
memoria, ya lo que en principio causaba risas, ahora una pequeña sonrisa y
muchas veces con una cara que denotaba que nadie había escuchado el relato.
La tripulación seguía atendiendo con impecable esmero y mucho
profesionalismo.
Por lo que casi todo el viaje pasa a convertirse en una gris
chatura, salvo algunas excepciones por su puesto.
A los pocos días de haber zarpado, el parte meteorológico anunció
una tormenta en alta mar. De inmediato el camarero recorrió los camarotes para
tranquilizar a los viajeros.
Según la explicación, el Cap Arcona, navegaba sobre tres olas, que
los barcos chicos lo hacen sobre una sola, por lo que el barco parecía subir
hasta el cielo y luego precipitarse en las profundidades.
Los de dos olas tenían el inconveniente que cabeceaba mucho,
porque si bien las diferencias se trataban de igualar, el movimiento era igualmente
brusco.
Pero esta maravilla de la ingeniería tendría un comportamiento
mucho más sereno que las demás naves.
También se instruyó a los pasajeros la manera correcta de caminar
en estos casos.
Por último les comento a las cuatro que había un secreto para no
sufrir tanto los mareos, era esperar la tormenta al aire libre y
respirar profundamente, que se moverían, eso era obvio, pero como ya se estaban
aproximando a la línea del ecuador, el frío no sería tan grande.
Todos agradecieron las indicaciones pero no todos las siguieron al
pie de la letra, de manera que cuando la tormenta comenzó, solo mi madre y una
de las chicas estaba respirando aire puro y haciendo equilibrio en esa parte más
protegida de los embates de la tormenta.
La mayoría de la gente optó por quedarse en los camarotes y
tenderse en las literas.
¿El resultado?
A la hora de la cena solo ellas dos estaban sentadas en el salón
comedor con un hambre de fiera salvaje, todos los demás estaban descompuestos.
Y aunque esto sea muy desagradable de contar, los camarotes
estaban inundados por el olor agrio de los vómitos, que contribuye a que los
que no se hayan descompuesto aún, lo hagan rápidamente.
Esa comida mi madre la recordaba especialmente, porque como
tampoco comió nadie en primera clase, los mozos buscaron algo de estos manjares
y los compartieron con ellas. Incluso con una botella de cerveza para cada una,
“Sin Cargo”.
Otro episodio agradable fue cuando llegaron a la Isla de Madeira,
siempre mi madre recordaría que una miríada de botes se acercó al gigante para ofrecer
unas maravillosas telas bordadas a mano. Plata para comprar no había por
supuesto, pero el espectáculo inundaba no solo sus ojos sino también su
espíritu, poder contemplar tanta belleza, fue un espectáculo que nunca se borró
de su mente por más que pasaran los años.
Algunos días más tarde cruzaron la línea del ecuador, y esto fue
motivo de una fiesta, obviamente para no dejar caer a la gente en el tedio.
Este festejo consistía en que un oficial con el disfraz del dios
Neptuno, iría llamando uno por uno a todos los pasajeros, obviamente agrupados
por la clase en que viajaban. Y los tripulantes que no estaban de servicio, los
guiaban hasta una piscina donde el agua les llegaba a la cintura, hasta el Gran
Dios, quien los tomaba de la cabeza y los sumergía, al emerger , pronunciaba un
nombre, y este sería su nuevo nombre. Todos aplaudían y reían.
A los pasajeros de primera, se les entregaba un certificado para
recordar su bautizo, los demás debían recordarlo por su cuenta.
Pues mi madre no lo memorizó.
Nuevamente algunos días de apatía, hasta que en el horizonte
apareció la grandiosa ciudad de Río de Janeiro, todos corrieron a cubierta,
apretándose, tratando de ver un poco más que el resto. Trataban de adivinar lo
que estaban viendo, quedaron impresionados ante el “Pan de Azúcar” y su
monumento al Cristo.
Esta es la vista que debieron haber visto los viajeros al ingresar al puerto de Rio de Janeiro - Foto gentileza Turismo de Rio de janeiro
Pero aún no terminaban las buenas noticias, tendrían permiso de bajar y de dar una caminata por la famosa vereda de Copacabana, con su diseño ondulante de mosaicos blancos y grises.
La imagen es actual, pero el diseño es el mismo que vio mi madre en 1937. Foto gentileza Turismo de Rio de janeiro
Se imaginan ustedes cuánta alegría sintieron todos, luego de
tantos días de no ver sino olas y olas, caminar en tierra firme, aunque fuera
por pocas horas, sonaba como la promesa de comer dulces para un niño.
Habían llegado al día 12 de la travesía, solo quedaban tres días
para llegar a Buenos Aires.
Pero claro que ese no era el destino final para mi madre.
Primero debía cruzar hasta Uruguay, dado que en Montevideo la
aguardaba el tío de su amado.
El famoso Tío Leo, que ahora cambió su nombre a Juan Musikant. (Ver
Capítulo XXX)
Realmente no sé cómo realizó el viaje,
Si sabemos que según los afiches de la época, la empresa naviera
ofrecía viajes a Madeira, Rio de Janeiro y Buenos Aires con combinaciones por
tren a Paraguay y Bolivia.
Por lo que sería muy lógico que hubiera tomado un tren en la
estación de Retiro en Buenos Aires, y llegar hasta Asunción, Paraguay.
Recuerdo que me contaron que el Tío Leo la estuvo esperando en el
puerto, ¿pero habrá cruzado el Río de la Plata, por más que las ciudades no
están muy alejadas?
También sabemos que mi madre no tiene visa para ingresar a
Argentina, ¿habrá bajado en Montevideo?
Ninguna de estas opciones me parece muy verosímil.
¿Habrá ido hasta Montevideo para saludar a su futuro tío político?
¿Para luego volver a Buenos Aires y seguir el viaje en tren?
Según considero haciendo el viaje desde Buenos Aires, el viaje
debería llevar cerca de una semana hasta Asunción.
Pero desde Montevideo, tendría que haber cruzado Uruguay, un buen
trayecto por Brasil, para luego ingresar a Paraguay.
Realmente tampoco me parece una buena opción porque el itinerario
no incluye ciudades importantes en esa época como para justificar un buen ramal
de trenes.
Resumiendo, si embarcó en Hamburgo el 14 de Enero de 1937 y el
viaje duró 15 días, llegó a Sudamérica entre el 19 y 30 de Enero.
Uno o dos días que estuvo en Montevideo, más aproximadamente 10
días más por vía terrestre atravesando algunas de las zonas selváticas más
impresionantes del planeta, con agobiantes calores en vagones sin
refrigeración, donde solo se podía abrir la ventanilla para sentir algo de
aire, pero aire que más parecía provenir de una caldera, en duros bancos de
madera, y sin posibilidad alguna de higienizarse correctamente, durante el mes
más caluroso del hemisferio austral.
Realmente toda la alegría que podría haber sentido durante el
viaje por mar, ahora se convertiría en desazón y agobio.
A lo que podemos agregar la falta de conocimiento del idioma, con
la ayuda de un pequeño diccionario Alemán-Castellano que aún conservo. “El
1000 Worte Spanish”
De solo pensar lo que debería haber sido llegar a una estación y
querer pedir un vaso de agua, en una zona donde la sensación térmica
puede llegar a los 48 grados, buscando por momentos interminables palabra por
palabra en ese libro y terminar pronunciando muy mal porque si bien esta la
fonética de cómo debe decirse, también todos sabemos que los signos de esta,
son muy difíciles de entender.
Además tenemos que tener en cuenta que solo pocos días antes, a su
salida, había soportado temperaturas de 20 grados bajo cero.
De manera que el cambio de clima debe de haber sido insoportable para ella, siempre al borde de la deshidratacion por llevar ropa que en europa era de verano pero en un clima subtropical era abrigo.
Solo tenía un consuelo y una determinación, terminar el viaje y
encontrarse con la persona por la cual había pasado tantos avatares.
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Eduardo Muzykant